24 de marzo de 2014

De mortales y titanes.

Hubo un tiempo en que envidié a los inmortales titanes. Aquellos nacidos de la roca y regentes del tiempo.
Ven como nos vamos apagando lentamente, generación tras generación. Observan como desembocamos en un agónico final por nuestra mortalidad.
Nuestra existencia no es más significativa que uno de sus pestañeos. Incluso cuando el último rayo de Sol se apague, seguirán ocupando su privilegiado lugar. Imperturbables. Inmóviles.

Pero ya no les envidio. Su poder, nacido de la roca, les obliga a permanecer. Simplemente permanecer. Ostentan todo el poder, pero son incapaces de usarlo. Nos impresionan con su tamaño, pero no nos pueden aplastar, por insignificantes que seamos.
Los mortales, los insignificantes mortales, no somos más importantes que el pestañeo de un titán. Pero durante ese pestañeo, somos capaces de vivir. El pulso de un titán hace girar la tierra, pero los latidos de nuestros corazones son los que la hacen temblar.

Puede que los titanes sean quienes escriben la historia, pero somos los mortales quienes la cambiamos.
De mortales y titanes.
Fuente de las imagenes: propia (sergioski1982).
Fuente del texto: propia.

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